Rostros locales: La energía de la longevidad, Ercilia y Nora, dos cubanas que siguen celebrando la vida

El Kentubano, exaltando, reconociendo, y aplaudiendo las buenas obras y a los líderes de nuestra comunidad

En un salón lleno de risas, música y conversaciones cruzadas, dos mujeres se destacan no por su avanzada edad, sino por la energía contagiosa que irradian. Ercilia Morales Rodríguez, nacida en Gibara, Holguín, y Nora Marquetis, originaria de Alquízar, La Habana, sobrepasan los noventa años y todavía parecen tener un pacto secreto con la vida: no dejar de sonreír.

Ambas asisten cada día a un daycare, donde han encontrado no solo compañía, sino una segunda familia que las recibe con cariño y las anima a seguir acumulando recuerdos.

Ercilia llegó a EEUU en 2010. Con ella trajo la costumbre de vivir en armonía con los suyos y el hábito de mantener rutinas claras: horarios de comida medidos, porciones cuidadas y una vida sin excesos. Nora, por su parte, llegó en 2002, convencida de que la clave estaba en lo mismo: disciplina, moderación y alegría. En su caso, además, tiene una regla firme que repite a todo el que quiera escucharla: nada de alcohol, nada de cigarro y mucha fe en Dios.

Ambas coinciden en que la longevidad no es una fórmula complicada: se trata de cuidar el cuerpo, agradecer y rodearse de amor. Cuando sus nietos o bisnietos les preguntan cómo conservar tanta energía, Ercilia aconseja “llevar una vida sana, sin vicios, en paz y tranquilidad”, mientras Nora recuerda siempre que lo más importante es “pensar en Dios y dar gracias por todo lo que Él nos da”.

En el daycare tienen pequeñas rutinas que las llenan de buen humor. Para Ercilia, lo más especial es relacionarse con todos, sentir que entra en una familia grande que ya guarda en su corazón. Nora, con su mirada más práctica, lo resume con una sonrisa: “Es como llegar a mi casa, a mi escuelita; el recibimiento me hace muy feliz”. Ese entorno comunitario les da chispa a los días y mantiene vivo un espíritu que no entiende de arrugas.

Y aunque la vida a veces las haga sentir cansadas, no pierden la picardía. Ercilia se vuelve joven apenas escucha música: el cuerpo le pide moverse, y ella lo acompaña con dicharachos que provocan carcajadas a quienes la rodean. Nora disfruta cuando baila o cuando los chistes de doble sentido aparecen en la conversación: ahí, dice, “me siento como en mis tiempos de juventud”.

A su edad, los sueños siguen teniendo lugar. Ercilia todavía acaricia la ilusión de conocer Puerto Rico algún día, aunque sea en una pequeña escala. Nora, más terrenal, suspira con un anhelo íntimo: tener su propia casita donde pueda vivir a su manera, libre y tranquila. Que aún con décadas encima sigan soñando, demuestra que el futuro no pertenece solo a los jóvenes; también se escribe con memoria y esperanza.

La gratitud es otra constante que comparten. Para Ercilia, abrazar la vida significa agradecer por el regalo de estar viva y acompañada de hijas, nietos y bisnietos. Nora lo expresa con la misma claridad: da gracias por conservar la mente y la visión claras después de tantos años. En ambas se adivina una certeza que conmueve: que la vida, con todo y sus dificultades, merece celebrarse cada día.

No hay fórmulas mágicas detrás de su vitalidad. Son mujeres que aprendieron a cultivar la calma, a moverse cuando la música lo pide, a reírse de los dobles sentidos, a comer con equilibrio y a no perder la fe. Su secreto, al final, está en algo tan simple como extraordinario: vivir con gratitud.

Así, en medio de bailes espontáneos, desayunos tempranos, abrazos compartidos y planes aún por cumplir, Ercilia y Nora muestran que envejecer no es un cierre, sino un capítulo más de la aventura. Un capítulo donde la alegría, lejos de apagarse, se multiplica en cada risa, en cada recuerdo y en cada mañana que vuelven a estrenar.

Por Yanet KantAlma, El Kentubano (Edición 195, noviembre 2025)

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