Rostros locales: Ricardo Pupo Sierra, del infierno de Angola a la dignidad del exilio
El Kentubano, exaltando, reconociendo, y aplaudiendo las buenas obras y a los líderes de nuestra comunidad
Ricardo nació en Bayamo, donde transcurrió su infancia, pero fue en Cienfuegos donde formó su hogar, hasta que el exilio se convirtió en su única opción. Su vida ha sido atravesada por guerras impuestas, prisiones injustas y una convicción inquebrantable de luchar por la libertad de Cuba.

Siendo apenas un adolescente, fue enviado a Angola como parte del ejército cubano en una de las movilizaciones más masivas del régimen de Fidel Castro: “Lo considero como un secuestro. A los jóvenes los citaban bajo pretextos burocráticos, y en menos de un mes ya estaban en una unidad militar sin preparación, sin aviso a los padres y con un destino incierto. Nos avisaron que íbamos a Angola cuando ya íbamos a abordar el ómnibus a Loma Blanca”- recuerda.
Allí fueron vacunados y enviados directamente a Luanda. “Éramos tan jóvenes que los angolanos nos miraban con asombro y decían ‘son pioneros’, como quien dice “son niños”. Fue asignado al Primer Batallón de Infantería Motorizada en Mátala, donde recibió entrenamiento extremo día y noche. Su misión era enfrentar a las fuerzas guerrilleras de UNITA en condiciones brutales: caminatas interminables en la selva, bajo lluvia, hambre, con mochilas llenas de municiones y escasa comida. “En ocasiones éramos emboscados varias veces seguidas, hasta formar una emboscada de saco, muy peligrosa”, relata.
La guerra le dejó heridas que el tiempo no borra. “Ver morir compañeros destrozados por minas, sin auxilio posible, fue devastador. Pero hay que decirlo: éramos valientes. No le temíamos a nada, aunque la muerte estaba siempre cerca”. Uno de los episodios que lo marcó ocurrió en Huambo, cuando protegió un edificio amenazado por UNITA. Meses después, el lugar fue volado con más de cien civiles cubanos dentro.
Tras su regreso a Cuba, la represión no tardó en alcanzarlo. Su primera detención ocurrió sin pertenecer a organización alguna, luego de un registro en su casa. “Antes de entrar a la celda me pusieron frente a un cartel: ‘Usted sabe cuándo entra, pero no cuándo saldrá. Depende de su cooperación con el interrogatorio’”. Fue encerrado en una celda oscura y estrecha, donde perdió la noción del tiempo. Sufrió interrogatorios continuos, presión psicológica y vigilancia constante, pero eso no lo detuvo. Decidió entonces incorporarse al Partido Pro-Derechos Humanos de Cuba.
En aquellos años no existían redes sociales ni teléfonos móviles. Aun así, la oposición creció con fuerza. Participó en la creación de bibliotecas independientes, agencias de prensa alternativas, distribución de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en proyectos como el Varela, que logró más de 11 mil firmas. “Fueron tiempos de persecuciones, golpes y cárcel, pero también de logros”.
Su paso por la prisión de Ariza, en Cienfuegos, fue otro infierno. Cumplió toda su condena en celdas de castigo, conocidas como “celdas polacas”, por su aislamiento y condiciones infrahumanas. “Meses sin ver el sol, sin medicinas, sin visitas familiares. Pero incluso allí me sentía libre, porque estaba preso por mis ideales”. Desde la cárcel organizó campañas como “No colabores”, junto a otros presos políticos como Jorge Luis García Pérez “Antúnez” y José Daniel Ferrer. “Sacamos al pueblo del miedo, usando pegatinas y pulseras con mensajes de cambio”.
Tras su liberación, siguió luchando, integrándose al movimiento “Plantado hasta la Libertad y la Democracia”, con sede en Miami. “Mi motivación es simple: creo en el cambio. Y una dictadura como la de Cuba tiene que caer”.
Hace poco intentó regresar a su tierra, pero fue rechazado en el aeropuerto de Santa Clara por orden de la Contrainteligencia Cubana. “No me asombró, lo esperaba. Pero quise hacer el intento”.
Hoy día desde Kentucky envía un mensaje a las nuevas generaciones: “No tengan miedo de enfrentar al tirano. Estamos cerca de una nueva Cuba libre y democrática. La libertad es la naturaleza del ser humano, y todos la buscamos, incluso sin saberlo”.
Por Yanet KantAlma, El Kentubano (Edición 191, julio 2025)
