Rostros locales: Del lápiz infantil al lienzo contemporáneo, la historia de Hiram Hernández
El Kentubano, exaltando, reconociendo, y aplaudiendo las buenas obras y a los líderes de nuestra comunidad
Hiram Hernández Pérez, nacido en Holguín, Cuba, descubrió desde niño que la felicidad cabía en un lápiz y un papel. Formado en Artes Plásticas en la universidad ISPH, complementó sus estudios como docente y bajo la guía de maestros como Manuel Gamayo y René Marín, cultivando una disciplina marcada por la curiosidad.

Para él, el arte fue primero refugio y luego propósito: “La necesidad de expresarme sin palabras fue lo que me inspiró a tomar un pincel. Siento el arte como un regalo de Dios, y cuando a uno le dan un don, lo correcto es honrarlo”. Aunque su camino ha incluido cambios de país y oficios, el arte nunca se apartó; a veces en pausa, pero siempre fiel, recordándole que talento y fe crecen con constancia:
¿Cómo recuerdas tus primeros años en EEUU, y qué aprendizajes te dejaron hasta llegar a desarrollarte como artista en Kentucky?
Al principio todo fue resolver lo básico: techo, comida, trabajo. Pintar quedaba a ratos, pero aprendí que el entorno influye en la creatividad y que, aunque toquen otros oficios, el arte se entrena como un músculo con disciplina y constancia. En Kentucky encontré un terreno fértil: respeto por la cultura, galerías y ferias activas, además de una comunidad hispana en crecimiento que me dio red e impulso para afianzar mi camino como artista.
¿Qué ha significado para ti ver tu obra expuesta en EEUU y cómo se entrelaza esa experiencia con tu vida diaria como artista inmigrante?
Es una mezcla de emoción y diálogo. Cada vez que alguien se planta frente a un cuadro y comparte lo que siente—ya sea un elogio o una crítica—la obra respira. Ese intercambio es el punto más alto del proceso. A lo largo del tiempo he descubierto que no se trata de un sólo momento, sino de una cadena de pequeñas confirmaciones: ver la evolución, conectar con el público en sala y hallar mi propia voz en Louisville. Y aun en medio de las rutinas y otros oficios, siempre hay un lienzo esperándome; busco esa pincelada que deje huella y convierta la obra en una ventana terapéutica, inmersiva y perdurable.
¿Cómo describirías el estilo de tu pintura hoy y qué metas te gustaría alcanzar como pintor?

He hecho retratos y paisajes por encargo, pero mi búsqueda personal va hacia una abstracción con fuerte figuración. Pinto “ventanas” a la memoria: estructuras que se apilan, puertas y umbrales sin rigidez de perspectiva, luces y sombras que invitan a entrar y calmar la mente. Me inspiran ideas de Merleau-Ponty (el sentido nace en lo vivido), Endel Tulving (la memoria despierta con olores y texturas) y Daniel Miller (los objetos sostienen identidad). También me acompaña una imagen bíblica sencilla: piedras para recordar momentos (Josué 4:6-7). Mi meta es seguir afinando una obra consistente y motivadora, que cada cuadro sea una entrada honesta a ese territorio donde memoria, materia y calma se encuentran.
¿Qué emociones buscas transmitir con tu pintura y dónde puede el público acercarse hoy a tu obra?

Pinto para que quien se acerque encuentre calma en medio del ruido. Busco que al mirar se active la memoria y aparezca ese descanso breve pero hondo, como cuando una imagen te recuerda quién eres y por qué sigues. Nuestra identidad está ligada a lo vivido y a lo heredado, y eso se moldea con el entorno en que crecimos y convivimos. Por eso trabajo ambientes asociados al recuerdo: espacios de luz y sombra que abrigan, que invitan a cruzar un umbral. Aunque aparezcan ruinas colgantes, están firmes; no quieren imponerse, sino quedarse en la mente con certeza. Parte de mi obra puede encontrarse en mis redes sociales, Facebook e Instagram como Hiram Hernández, y físicamente en Kore Gallery.
Por Yanet KantAlma, El Kentubano (edición 195, noviembre 2025)










