Opinión escrita: Sin propiedad privada no hay país

El Kentubano, edición 182, octubre 2024

El instinto de propiedad privada precede al Homo Sapiens, en otras especies animales lo encontramos en su expresión más primaria como conductas de territorialidad y acaparamiento de recursos, mientras en nosotros, ha evolucionado hasta su articulación dentro de un corpus jurídico que pretende reducir la entropía dentro del caos que, para los humanos, significa vivir en sociedad.

La articulación legal sí es un hecho cultural y, de ahí, las diferencias abismales que, según época y lugar, se encuentran alrededor de la idea de posesión como acción individual —capitalismo— más o menos permanente, o como hecho comunal —socialismo— más relacionado con el uso de las cosas.

Young business man drawing a idea for making money

Y es precisamente gracias a que el instinto de propiedad ha eclosionado de manera distinta en esta o aquella sociedad, que puede estudiarse como correlacionan las diferentes articulaciones de propiedad privada con los derechos individuales y, de esa interacción, observar el resultado y aprender a que prosperidad puede aspirarse dentro del marco jurídico de propiedad establecido en cada cultura.

“Los ingleses mueren defendiendo sus propiedades”, afirmaba Harold Bloom en The Western Canon (El canon occidental), refiriendo una cultura que, dentro y desde Occidente, moldeó la modernidad universal acunando los primeros estadios de la Revolución Industrial y de los derechos humanos. Lo que nos lleva a una reflexión sucinta pero con mucho significado: con raras excepciones, cuando se han enfrentado dos culturas, una donde se respeta legalmente la propiedad privada —Inglaterra, España, EEUU— y una donde se respeta mucho menos —África, América precolombina, URSS—, la cultura donde impera la propiedad termina imponiéndose.

Puede afirmarse que en Cuba la propiedad privada fue sacrosanta hasta 1940, cuando un grupito de iluminados puso a la Isla a la vanguardia de esa versión aguada, aunque también dañina, del socialismo tolerante —al menos en apariencia— con la democracia. La Constitución aprobada ese año erosionó, mediante límites a la empresa y a la fuerza de trabajo, el concepto puro de propiedad privada, pretendiéndose que esa noción dejara de ser fundamento en la argamasa de la nación, para sustituirlo por ideas “progresistas” de “justicia” social basadas en intenciones que, en la realidad, siempre llevan a menos justicia y menos progreso, como tristemente demuestra la propia historia cubana.

No obstante, hasta 1958 la sociedad civil protegió y respetó la propiedad privada, y un Estado aún inmaduro rara vez la puso en riesgo como concepto, aunque sí participó en atropellos puntuales a los derechos de propiedad de algunos grupos y personas.

La concepción de propiedad desarrollada como parte vital de nuestra cultura fue, finalmente, cercenada en 1959 cuando, el país casi entero, en arrebato de histeria colectiva inducida por el mesianismo de un extremadamente perverso líder carismático, aplaudió el injerto de concepciones de propiedad totalmente ajenas a nuestro devenir histórico, como parte fundamental de las doctrinas comunistas abrazadas por Fidel Castro para perpetuarse en el poder.

Foto: commons.wikimedia.org

Y, si en 1960 el país experimentó la expropiación masiva de propiedades productivas de gran tamaño, en 1968 el proceso de expropiación llegó al paroxismo con la prohibición de toda forma de propiedad privada con fines lucrativos.

En aquel entonces, ningún otro país comunista había llegado tan lejos en materia de erradicación de la propiedad privada, y solo extremos genocidas como el Jemer Rojo o los Kim en Norcorea igualarían la locura estatalista que Fidel desató sobre Cuba.

En el altar de una pretendida y pretenciosa lucha contra el imperialismo que sembró de cadáveres América Latina y África, Fidel Castro ofició el sacrificio de la propiedad privada en Cuba para, supuestamente, construir un futuro mejor que hace tiempo está claro que solo será mejor para una minoría parásita y algunos de sus cómplices.

Entre las urgencias de una Cuba libre está el rescate de la concepción de propiedad privada como institución natural y no como la imposición que los socialistas del Gobierno y los socialistas que están contra el Gobierno creen que es.

Este es un nudo gordiano que una oposición organizada podría comenzar a desatar demostrando fe en la propiedad y, por lo tanto, exhibiendo la decisión de que esta será restaurada como valor republicano. Siendo conscientes de que, para obtener los frutos de reintegrarnos en el mercado internacional, habrá que acumular legitimidad y credibilidad como Estado, lo cual requiere tiempo, disciplina fiscal y respeto por la propiedad privada.

Los regímenes irrespetuosos de la propiedad (habitualmente de espíritu socialista) tienden a igualar la ciudadanía hacia abajo (excepto, claro, la elite gobernante), mientras que los modelos que respetan y protegen la propiedad (aunque crean desigualdades debidas a los diferentes resultados empresariales) promueven la igualación hacia arriba que conocemos como desarrollo económico, y que es razón de que hoy el mundo sea mucho mejor que hace solo 200, 100 o 50 años… Excepto en Cuba, donde por no tener propiedad privada, nos hemos convertido en propiedad del Estado. O más bien, en una posesión más de los dueños del Estado.

Por Jorge A. Sanguinetty y Rafaela Cruz , diariodecuba.com

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