Cristóbal Colón regresa a Cuba
La sorpresa que se llevó Colón tras regresar a Cuba para comprobar si se había equivocado con el vaticinio publicitario de: “Esta es la tierra más fermosa que ojos humanos vieron”
Por Ramón Fernández Larrea, adncuba.com (Foto portada Armando Tejuca)
Imaginen por un momento que, movido por la curiosidad, el “descubridor de América” haya decidido revisitar aquellos sitios que vio y que le impresionaran tanto. Más de cuatro siglos pensando qué destino habrá tenido aquella tierra gloriosa y sus habitantes aparentemente felices. Esta sería la crónica de su retorno.
Cristóbal Colón decidió regresar hoy a Cuba para comprobar si se había equivocado con aquel vaticinio publicitario de: Esta es la tierra más fermosa que ojos humanos vieron. Es que el almirante es así, emocional, sanguíneo, espontáneo. Y quiere ser también coherente, digno de almiral.
Sabe que su gesta no fue ingesta. Que los habitantes de aquellas tierras que él avizoró o descubrió, y que llamaron el Nuevo Mundo, le están agradecidos, o medianamente agradecidos, o algo agradecidos. Que en la isla que luego se llamaría Cuba hay un pueblo y un gran cementerio que llevan su nombre, aunque él hubiera preferido que en vez de cementerio fuera un cine. Incluso le pusieron su apellido a la parte más larga del intestino grueso, que se conecta con el intestino delgado por un extremo y con el ano por el otro. Es decir, que su nombre tiene salida.
Colón escuchó rumores de que la isla está algo cambiada. La oscuridad se ha apoderado de su cielo, otrora azul y resplandeciente, y la gente protesta, como si se arrepintieran de vivir en esa maravilla. De hecho, estuvo fondeado tres días frente a ella, y si no hubiese sido porque algunos gritaban el nombre del órgano sexual masculino, habría continuado su viaje. También le comentaron que ya no se ven, como vieron sus picarones ojos, indios fumando por todos lados, y que entre algunos cayos e islotes han hecho unos toscos caminos que han estancado el agua del mar.
Preguntó por la suerte de aquellos aborígenes tan amables que comían unas grandes tortas blancas llamadas casabe y alguien le informó que ahora en la isla siguen haciendo como que mastican para no perder la costumbre, por si un día vuelven a aparecer el casabe y cualquier otra torta que alimente, y que muchos han emigrado a América del Norte e incluso a España, pero, aunque Cristóbal los ha escuchado hablar no le parecieron indios. Tienen la piel mucho más morena y el pelo más hirsuto y revuelto, posiblemente a causa del calentamiento global.
También se interesó por el mundo vegetal de la isla que tanto le había conmovido, y no quiso creer que ya casi no existieran aquellos árboles impresionantes porque un loco había lanzado contra los bosques algo llamado buldóceres, y que ahora mismo todo estuviera invadido por el marabú, una planta tan parásita como quienes ejercían en la actualidad de caciques y behiques.
Cristóbal Colón podrá comprobar en ese regreso que el consumo del tabaco ha sido el menor de los males, aunque el mayor mal es el consumo. O la falta de consumo. El verdadero tabaco, dañino y mal torcido, fue el que durante mucho tiempo introdujera por los oídos a la población taína, siboney, guayabo blanco y cayo redondo que había sobrevivido, un cacique barbado y grandilocuente, que se creía El Salvador cuando no era más que Honduras. Se sorprenderá al conocer de una plaga que en la isla llaman Marino Murillo o “el Murillo”, que es decididamente mortal para esa planta y su industria.
Así que, lleno de amorosa memoria, decidido y curioso, el gran almirante Cristóforo Colombo, regresa a los brazos húmedos de Juana en pleno día 12 de octubre, 530 años después, convencido de que su gesto pudiera crear puentes de amor. Y en ese regreso va con su ilusión, y con la satisfacción del deber cumplido porque dio a conocer en su tierra que existía este mundo nuevo, y así muchos cubanos han podido acogerse a esa nacionalidad, aunque no pronuncien la zeta ni borrachos.
Pero, una cosa piensa precisamente el borracho y otra, el bodeguero. Y una el descubridor y otra el descubrido o descubierto. El almirante sueña con flores, abrazos, bandas de música, y la realidad le prepara otras posibilidades o variantes.
Mientras se acerca a tierra es divisado por los Guardafronteras, que abordan su pequeña nave y ahí mismo es acusado de entrada ilegal. Cuando dice su nombre lo miran sin comprender y al explicar las razones de su viaje, el jefe de los guardias anota que es un extranjero indocumentado, sin nasobuco, sin forma de demostrar que está vacunado contra la COVID-19, y que ha pedido a los militares que localicen a Rodrigo de Triana o Diego Velázquez, que nadie sabe si son del Partido provincial o del Ministerio de Relaciones Exteriores. Y en ese ínterin uno de los soldados advierte a su superior de un detalle curioso:
—Oiga, jefe, ¿y no será que el gallego cogió un peo en algún sitio turístico de estos y la juma le dura?
—¿Vestido así, con ese batilongo?
Ahí mismo deciden llamar a la Seguridad del Estado, que nada más llegar le suena un par de gaznatones a Colón y lo acusa de infiltración, con el objetivo de financiar y alentar las protestas populares o para la propagación del virus. Colón no entiende el término virus y le hablan de la pandemia. Tampoco comprende, y cuando mencionan la palabra peste dice que sí, pero que en él es normal.
Tras un amistoso interrogatorio que dura alrededor de una semana, el gran almirante, que casi no ha dormido, perdón, al que no han dejado dormir, y que va incubando una pulmonía doble por su choque frontal con el aire acondicionado que han puesto al máximo dos de esos indios de Songo la Maya, ha contado todo con pelos y señales. Bueno, casi sin pelos, y las señales no han sido entendidas. Así que en un informe del teniente Omar al capitán Rubén (los oficiales de la Seguridad del Estado cubana parecen no tener padres porque ninguno tiene apellido, cuando realmente carecen de progenitoras), el caso contra este sospechoso agente ha crecido y se ha complicado. A la acusación de entrada ilegal e intento de subversión y desacato, porque no lo entienden, se suma ahora la de asesinato, pues ha confesado que hay tres carabelas, y hay que buscar esos restos humanos en todas las costas de la isla.
Los interrogadores llegan a pensar que es un agente muy bien entrenado o que está apelando a la amnesia para engañarlos, porque no sabe nada del nuevo Código de las Familias, ni de la termoeléctrica Antonio Guiteras, ni del 11J, ni que Fidel está en nosotros, y no entiende un carijo del término “pollo por pescao”. Pero alguien creyó escucharlo decir “Díaz-Canel Cinjao” y eso sí que ningún patriota se lo puede perdonar. Así que le esperan de 15 a 20 años.
El pobre Colón se está defecando en la hora en que se le ocurrió hacer el viaje a esas tierras. El primer viaje, el del descubrimiento.