Cumple 64 años de edad el mayor embuste del siglo XX en Occidente

Hoy se cumplen 64 años de aquel primero de enero, génesis de lo que resultó ser el mayor embuste del siglo XX y lo que va del XXI en el hemisferio occidental: la “revolución cubana”, versión latinoamericana de “la gran estafa”, como llamó el peruano Eudocio Ravines al mundo comunista surgido en 1917 en Europa del Este y varios países de Asia.

A decir verdad, la “revolución” fue una farsa desde sus orígenes. Su propio hacedor, el mitómano compulsivo jefe Fidel Castro, fue él mismo una gran mentira. No era, ni de lejos, el héroe que lanzó al mundo el tonto de Herbert Matthews en el diario The New York Times.

Cuando Castro I llegó al cuartel Moncada y sonaron los primeros disparos, huyó sin avisar siquiera al resto de los asaltantes que se retiraran pues se había perdido el “factor sorpresa”. Murieron 61 de sus compañeros. Seis en combate y 55 asesinados, masacrados cruelmente.

A diferencia de los jefes invasores independentistas Antonio Maceo y Máximo Gómez, ninguna de las columnas guerrilleras que bajaron de la Sierra Maestra a combatir, ni las que avanzaron hacia Occidente, fue encabezada por el jefe militar máximo. El comandante sin batallas permaneció dos años refugiado confortablemente en lo alto de la sierra, arropado por su cariñosa secretaria y confidente, Celia Sánchez. A Playa Girón llegó cuando los combates habían cesado y los brigadistas habían sido tomados prisioneros.

Desde las montañas prometió que acabaría con los latifundios y entregaría las tierras a los campesinos sin tierra, que se le construiría a cada familia necesitada una “vivienda decorosa”, que se restituiría la Constitución de 1940 y habría elecciones 18 meses después del triunfo “revolucionario”. Todo era mentira.

Cinco semanas después de entrar en La Habana, la versión cubana del Capitán Araña, al tomar posesión como primer ministro del Gobierno (16 de febrero de 1959) aseguró que lo hacía provisionalmente: “Yo no soy un aspirante a presidente de la República. No me importa ningún cargo público, no me interesa el poder”, afirmó el caudillo.

“No soy comunista”

De visita en EEUU, en abril de 1959, Fidel Castro dijo en el Club de Prensa de Nueva York: “Que quede bien claro que nosotros no somos comunistas. Que quede bien claro”.  Y en Washington aseguró a los periodistas: “Yo no estoy de acuerdo con el comunismo. Cuba no nacionalizará ni expropiará propiedades privadas extranjeras y buscará, por el contrario, inversiones adicionales”. 

Ya en mayo de 1958, en la Sierra Maestra, había asegurado: “No he sido nunca ni soy comunista. Si lo fuese, tendría valor suficiente para proclamarlo”. Y agregó: “Nunca ha hablado el Movimiento 26 de julio de socializar o nacionalizar la industria. Ese es sencillamente un temor estúpido hacia nuestra revolución”.

¿Temor estúpido? Al mes siguiente, en mayo de 1959, el mitómano en jefe impuso su Ley de Reforma Agraria y expropió las tierras y fincas a sus legítimos dueños, hasta estatizar casi el 80% de todas las tierras cultivables de la Isla. Y el 13 de octubre de 1960 estatizó todas las empresas privadas grandes y medianas del país, cubanas y extranjeras. En abril de 1961 declaró el carácter socialista de la “revolución”, y dijo que él era marxista-leninista desde hacía tiempo. O sea, que se había estado burlando de todos, todo el tiempo.

Sin cumplir ninguna de sus promesas, el tirano continuó mintiendo y haciendo promesas, burlándose de todos. En los años 60 y 70 prometió que Cuba produciría tanta o más carne per cápita que Argentina y más leche y queso que Holanda, gracias a sus enfermizas y nefastas vacas híbridas F-1; que el país de autoabastecería de arroz y exportaría sus excedentes. Lanzó su demencial plan de producir diez millones de toneladas de azúcar y realizar la “madre de todas las zafras del mundo”, así como el Cordón (cafetalero) de La Habana, el Cordón Lechero, el Triángulo de Ceba de Camagüey, el Plan Alimentario, etc.

Absolutamente todos sin excepción fueron un rotundo fracaso que endeudaron como nunca al país y redujeron el ya muy precario nivel de vida de los cubanos.

Pero dejemos a un lado la cuasi infinita lista de engaños y vayamos al “tupe” mayor. Recuerdo muy bien que a fines de 1958 lo que querían los cubanos era que el dictador Batista se fuera y se restaurara de la Constitución de 1940. Y punto. Nunca escuché a nadie estar anhelando una revolución social en Cuba. ¿A santo de qué? ¿Para transformar qué, y cómo?

Sin embargo, el ególatra Castro I (recuerden que no estaba interesado en “ningún cargo público”) para atornillarse en el poder ad infinitum, con dinero regalado por Moscú, fabricó su más exitoso mito: que en Cuba era necesaria una estremecedora revolución social a lo bolchevique para acabar con la pobreza y el atraso que causaban la explotación del imperialismo yanqui y el capitalismo criollo. Convirtió a Cuba en el pequeño David bíblico enfrentado al implacable gigante Goliat “yanqui”. Y el mundo entero se lo creyó.

¿Hacía falta una iconoclasta revolución social en Cuba?

¿Hacía falta una revolución transformadora de la sociedad en un país que, junto a Uruguay y Argentina, registraba el más alto nivel de vida en América Latina, según datos de la ONU, y cuyo ingreso per cápita duplicaba al de España y se acercaba al de Italia? Precisamente en 1958 había en la Embajada de Cuba en Roma 12.000 solicitudes de italianos deseosos de emigrar a la Isla.

Cuba se autoabastecía de carne de res, cerdo y pollo, pescados y mariscos, leche, frutas tropicales, viandas, hortalizas, huevos, café y tabaco. Y exportaba sus excedentes. Con más de 6,7 millones de cabezas de ganado vacuno, Cuba triplicaba el promedio mundial de 0,32 bovino por habitante según la FAO. Producía unos 1.000 millones de litros de leche fresca con la mejor ganadería tropical del mundo. Ocupaba el primer lugar en América Latina en consumo de pescado y el tercero en consumo de calorías, con 2.682 diarias. Son todos datos oficiales.

El salario industrial promedio en Cuba, de seis dólares diarios, era el tercero más alto en América, y el octavo mundialmente, detrás de EEUU (16.80), Canadá (11.73), Suecia (8.10), Suiza (8.00), Nueva Zelanda (6.72), Dinamarca (6.46) y Noruega (6.10). El salario agrícola cubano era de tres dólares, el séptimo más alto del mundo. Todas esas son estadísticas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). En 1956, Cuba fue reconocida por la ONU como uno de los países con menos iletrados en Iberoamérica y el mundo (23%). La mayoría de las naciones latinoamericanas, y España, rondaban el 50% de analfabetismo.

La Habana era un centro financiero de envergadura con 62 diferentes bancos extranjeros y cubanos, con unas 340 oficinas en toda la Isla. Cuba poseía la mayor cantidad de bancos de América Latina en proporción al tamaño de su población. Yo trabajé en The Royal Bank of Canada en La Habana, entonces uno de los diez mayores bancos del mundo.

Según datos de la Cámara de Comercio de Cuba, en 1957 la Isla tenía 142.742 automóviles, el triple que Chile (47.950), casi el doble que Colombia (84.500), 13 veces más que Costa Rica (10.985), y 17 veces más que Panamá (8.232). En total Cuba tenía 196.902 vehículos automotores, uno por cada 29 habitantes, el mayor promedio latinoamericano.

A Cuba habrá que llevarla primero a 1958 para poder edificarla

En fin, Cuba a fines de los años 50 avanzaba decididamente hacia lo que hoy se conoce como Primer Mundo. Empero, hoy la realidad cubana parece un cuento de horror de Horacio Quiroga.

Solo unos pocos datos al azar son harto elocuentes: la mitad de las tierras cultivables del país están abandonadas, ociosas, y las cultivadas registran los más bajos rendimientos quizás del mundo entero. Datos oficiales de abril de 2021 revelaron que en Cuba hay 6,4 millones de hectáreas cultivables, y hoy solo se cultivan 3,1 millones de hectáreas, el 49% del total.

Para resumir gráficamente la desgracia cubana acudamos a la imaginación: un madrileño que de adolescente en 1958 visitó con su familia La Habana, entonces una de las urbes más bellas y exuberantes del planeta, visita de nuevo la ciudad fabulosa que conoció más de seis décadas atrás.

Dando saltitos cual bailarín de ballet, el visitante va esquivando las aguas negras, basureros nauseabundos y montones de escombros que encuentra a su paso. Con cuidado para evitar ser aplastado por un ruinoso balcón, recorre calles de Centro Habana, La Habana Vieja y el Vedado.

Se tropieza colas gigantescas de gente enloquecida que grita improperios. Conversa con algunos, pero no logra descifrar lo que le dicen, guturalmente, mal articuladas las palabras, le resultan ininteligibles. Pasa por una escuela y lo estremecen gritos entre niñas de groserías y obscenidades inimaginables. Y habla con un funcionario del Partido Comunista que le pregunta qué le parece el avance social de Cuba desde que la visitó cuando era “explotada por el imperialismo”.

El forastero, estupefacto, le responde: “Perdone, tío, pero usted me está tomando el pelo”.

Y da en el clavo. La “revolución” fue y es una tomadura de pelo. Y trágica, tanto, que cuando ya no haya castrismo-comunismo habrá antes que reconstruir el país y llevarlo en el tiempo al 31 de diciembre de 1958 para entonces comenzar la edificación de la Cuba, moderna, próspera, democrática y libre que soñamos los que en buena hora allí nacimos.

Fuente: Por Roberto Alvarez Quiñonez, diariodecuba.com (Fragmentos). Foto principal de Omar Santana

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