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Las Estrellas de Areíto: ni el lugar adecuado, ni el momento oportuno
(El Kentubano, edición 117, abril 2019)
Por Rosa Marquetti Torres, desmemoriados.com; taniaquintero.blogspot.com (fragmentos)
Las Estrellas de Areíto y los seis vinilos que grabaron están entre los grandes olvidados de la música cubana. Grabados en 1979 son conocidos y valorados por melómanos y coleccionistas, pero no han tenido la repercusión que su calidad amerita, ni la condición de grabaciones ya legendarias en las que participaron los mejores exponentes de la música popular, que vivían en Cuba en aquel momento. Estas grabaciones no son tomadas en cuenta cuando se habla de descargas míticas de músicos all-stars en la música latina. Pero Las Estrellas de Areíto son joyas verdaderas.
En 1977 con la llegada a la presidencia de Estados Unidos de James Carter y su política menos beligerante hacia Cuba, se habían abierto ciertas brechas en el ámbito cultural: ese mismo año Dizzy Gillespie viaja por primera vez a La Habana, en una visita debida desde hacía tiempo, por lo mucho que era deudor del legado dejado por Chano Pozo y la percusión afrocubana al jazz en USA; Chucho Valdés y el grupo Irakere se presentan en el Festival de Jazz de Newport de 1978. Y en 1979 se hace realidad el Havana Jam con la presencia de músicos norteamericanos como Billy Joel, Weather Report con Jaco Pastorius y Joe Zawinul, Rita Coolidge, Kris Kristofferson, Stephen Stills y entre muchos otros, la Fania All-Stars.
Así estaban las cosas cuando Raoul Diomandé, un activo productor musical de Costa de Marfil, radicado en París y fanático de la música cubana, se entera de la movida Fania en La Habana. Diomandé tenía vínculos con EGREM, pues distribuía en Francia y algunos países de África, el catálogo de la única disquera cubana en aquel momento. Fue suya la idea de retomar el espíritu de las descargas de un Todos Estrellas de músicos cubanos que vivían entonces en Cuba, se dice que como una respuesta a la moda mundial de la salsa, a lo que hacía la Fania All Stars, pero reflejando la música cubana de raíz, con la mirada contemporánea de los músicos cubanos estrellas que residían en la Isla, sin un propósito lucrativo, más bien como una respuesta a lo que entonces algunos llamaban “música comercial cubana hecha en Estados Unidos”.
La directiva de EGREM aceptó la propuesta de Diomandé y encargó la dirección musical y desarrollo del proyecto al experimentado trombonista, compositor y productor Juan Pablo Torres, cuyo legado -dicho sea- no ha sido aún lo suficientemente valorado y estudiado.
Juan Pablo llamó a los mejores en sus respectivos instrumentos, pero los créditos de la edición primigenia de los vinilos no pudieron ser más parcos en cuanto a información. Según los datos que guarda el percusionista Amadito Valdés, al ser parte de aquellas sesiones, la nómina general fue la que sigue:
Trompetas: Jorge Varona, Manuel ‘Guajiro’ Mirabal, Arturo Sandoval, Félix Chappottin y Adalberto ‘Trompetica’ Lara, Juan Munguía y Jorge Luis Varona.
Trombones: Juan Pablo Torres y Jesús ‘Aguaje’ Ramos.
Piano: Rubén González y Jesús Rubalcaba.
Violines: Rafael Lay Apesteguía, Miguel Barbón, Pedro Hernández, Elio Valdés, Ángel Barbazán, Pedro Depestre, Félix Reina y Enrique Jorrín.
Bajo: Fabián García Caturla y Tony (se desconoce su apellido).
Tres: Andrés Echevarría más conocido por Niño Rivera.
Cuatro: Israel Pérez
Flauta: Richard Egües y Melquiades Fundora.
Saxo-clarinete: Paquito D’Rivera.
Congas: Guillermo ‘Agapito’ García y Tata Güines.
Bongó: Ricardo ‘El Niño’ León.
Güiro: Gustavo Tamayo y Otto Hevia
Pailas: Amadito Valdés y Filiberto Sánchez
Cantantes: Miguelito Cuní, Tito Gómez, Pío Leiva, Teresa García-Caturla Magaly Tars, Carlos Embale, Manuel Furé, Filiberto Hernández.
Coros: Hermanos Bermúdez, Manolo Furé, Pepe Olmos y Felo Bacallao, Modesto Fusté Filiberto Sánchez, Eugenio ‘Raspa’ Rodríguez y Rolo Martínez.
Las sesiones de grabación, según Amadito, transcurrieron a finales de 1979 en los míticos Areíto, de EGREM (antiguos estudios Panart).
Juan Pablo Torres no quiso recurrir a temas ya conocidos, sino que en su mayoría se trata de composiciones de músicos en activo y menos conocidas entonces. La duración de los tracks no es para nada comercial, porque su productor respetó el ambiente descargoso que crearon los músicos, las inspiraciones prolongadas y los solos soberbios.
Era imposible que, con estos músicos, lo que saliera de allí no fuera la excelencia. Otra cosa, y muy distinta, fue el destino que le esperó a aquellas grabaciones y al fenómeno mismo de Las Estrellas de Areíto.
A punto de cumplirse casi 40 años de estas grabaciones, lo ocurrido con ellas permite concluir que no ocurrieron en el momento preciso, ni en el lugar adecuado para ese momento, circunstancia que cambiaría cuando por esos azares de la vida y también por las circunstancias que concurrieron, cristalizó el Buena Vista Social Club y la industria estuvo lista para volver a abrirle los brazos del mundo a la música tradicional cubana.
En todo caso, al decir de Amadito Valdés, probablemente Las Estrellas de Areíto sean “el proyecto más aglutinador en la historia de la música nuestra”.