José Martí en lo físico y en lo mundano
El Kentubano, edición 118, mayo 2019
Por Carlos Ferrera (fragmentos)
Era Pepe un hombre de cuerpo ligero, “tirando a frágil”, como insinuó maledicente otro patriota, Enrique Collazo, a quien retó a duelo por dudar de su hombría.
Era de mediana estatura: 5,5 pies y entre 125 y 140 libras según la época y el estrés. En el vestir era siempre correcto, “como un aristócrata pobre” decía su esposa Carmen Zayas-Bazán, que le lavaba siempre uno de los dos trajes que tenía en Cuba, cuando estaba usando el otro.
En sus trajes se notaba el tiempo de uso, eran modestos pero perfectos, porque siempre se los hacía a medida. Desde muy joven decidió usar trajes, lazadas y corbatas negras “como símbolo de luto por la Patria esclava”.
Sus zapatos eran casi siempre viejos, pero teñidos y lustrados por él mismo. En el dedo anular de la mano derecha lucía un anillo de hierro forjado con un trozo del grillete de la cadena que le pusieron en prisión, cuando era casi un adolescente. El anillo tenía grabada la palabra Cuba, pero desapareció, no lo llevaba puesto el día de su muerte. Se sospecha que se lo quedó Quesada, su albacea literario, cuando entregó sus pertenencias a su hijo.
Era de pelo ensortijado, ondulado, propio de los descendientes de españoles y canarios, pero que se encrespaba si se lo dejaba crecer, igual que los mestizos de las Isla. “Tenía cejas castañas y pobladas, -según Figueredo- que arqueaba con frecuencia ante la sorpresa, la alegría o el desconcierto. Espeso el bigote, boca de labios llenos, barbilla levantada, nariz recta, orejas algo separadas de la cara algo más de lo natural. La frente era ancha y lisa, la cabeza voluminosa, las manos delgadas con poca grosura, de intelectual y artista, eran finas y afiladas”.
Dice también Figueredo que Martí era muy nervioso, “no se estaba quieto, era un “hombre ardilla” que gustaba de andar tan de prisa como su pensamiento”. Se le recuerda subiendo siempre las escaleras de su oficina en Front Street, NY, saltando los escalones de dos en dos, y las de los ferrocarriles elevados, corriendo casi en estampida. Siempre tenía prisa por llegar a algún sitio.
Pepe jamás usaba la ironía ni la burla cruel, y hablaba rápido cuando quería expresar muchas ideas en poco tiempo. Orador brillante y de amplio vocabulario, dicen que estremecía el auditorio por el profundo contenido de sus palabras, logrando despertar una admiración que provocaba emoción en el público.
Tenía un gran control de sí mismo, aunque era nervioso e impaciente en los enfrentamientos verbales. “Pero era siempre de modales amables –cito a Figueredo–, veía pronto y alcanzaba mucho con su cerebro; fino por temperamento, luchador inteligente, cariñoso, atento, dispuesto siempre a sufrir por los demás; defensor del débil, maestro del ignorante, protector y padre de los desvalidos”.
“Vivía errante, sin casa, sin baúl y sin ropas; dormía en el hotel más cercano, donde le cogía la noche o el sueño; comía donde fuera mejor y más barato, ordenaba una comida admirablemente y sin embargo comía poco”.
Pero para muchos, José Martí era un hombre que no sabía reír. En sus versos sencillos hay cierta ironía sutil y pasajes que provocan sonrisas, pero no hay una sola foto de Martí riendo, excepto aquella en la que está con su hijo pequeño en la que esboza algo parecido a una sonrisa. Pero cuenta Figueredo que “dentro de su seriedad, el Poeta tenía un refinado sentido del humor, aunque no era hombre festivo, ni de bromas y contrario a toda vulgaridad”.
Martí era un hombre inusualmente culto para su época, un intelectual integral. Defendía los valores de la cultura universal y especialmente la de América Latina. Era un enamorado de todas las artes. Además de sus magníficas críticas artísticas y literarias, estudió pintura, pintó varios cuadros y hacía dibujos a lápiz y autorretratos, que se conservan y que yo incluyo en esta crónica.
También escuchaba y conocía de música, asistía con frecuencia a conciertos y obras de teatro. Cantaba, ¡y cantaba muy bien!
Dominaba perfectamente el francés, – su lengua preferida – y el inglés, leía el italiano y el portugués, y sus conocimientos de alemán, el griego, el latín y el hebreo, le permitían entender los libros escritos en esos idiomas. Conocía bien la literatura de Francia y EEUU, y tradujo muchos trabajos y novelas de esos países.
Fue un docente excelente, porque era un maestro nato. Cuando impartía clases, escribía en la pizarra y hablaba al mismo tiempo, preguntando constantemente a los alumnos sobre el tema. Impartió clases de historia, filosofía, idioma inglés, francés y español. Creó un método propio para enseñar palabras parecidas con distinto significado, y hacía que sus alumnos reflexionaran después sobre ellas.
Dice Figueredo que “José gustaba de las buenas comidas italianas y francesas y del buen vino, y que su bebida predilecta era el vino Mariani, pero no era bebedor, ni fumador.
Aunque comía, era muy austero y muchas veces, iba a lugares a trabajar y a una tertulia sin haber comido un bocado para ahorrar dinero. Pero tenía grandes cualidades culinarias y amplios conocimientos de gastronomía. Martí recibía a los amigos en el exilio con un chocolate especial que preparaba él mismo, repitiendo una fórmula exacta; ni muy espeso, ni muy claro, y siempre con poca azúcar. Pero lo de la ginebra era un mito, y “Pepe Ginebrita” un mote malintencionado de sus enemigos, que no se sabe cómo ni cuándo se echó a rodar.
Como todo hombre importante, si bien fue admirado por unos, fue también envidiado por sus adversarios, que llegaron a publicar caricaturas degradantes de él en varios diarios de la época.