‘Plantados’: una película para el futuro

Orlando Luis Pardo Lazo

Por Orlando Luis Pardo Lazo, diariodecuba.com (El Kentubano, edición 140, Abril 2021)

Ni una palabra sobre su argumento. Eso es lo menos importante ahora. Búsquenla, véanla, distribúyanla. En definitiva, una película, para llegar a ser película y no otra mercancía en el mercado, nunca se trata de contar esto o aquello, y mucho menos de entretener a su audiencia, sino de mostrar algo intrínsecamente humano que permanecía invisible antes de la película. De ahí la magia inextinguible del séptimo o septuagésimo arte.

Las casi dos horas del filme Plantados, dirigido por Lilo Vilaplana, y con guion de Ángel Santiesteban, Juan Manuel Cao y el propio Lilo Vilaplana, vuelan con edición de expreso ante el azoro de nuestra mirada ignorante. Porque, en tanto cubanos, cargamos con esa culpa: no hemos sabido nada de nada respecto al castrismo. Sin querer, hemos invisibilizado a sus víctimas. Léase, nos hemos hecho invisibles a nosotros mismos.

La mayoría de los cubanos, nacidos y crecidos en el Primer Territorio Libre de América, en la cuna de la utopía latinoamericana y tercermundista, hemos criticado más o menos tardíamente a la dictadura castrista, pero la desconocemos en su esencia maléfica. Sabemos de un muerto por aquí o por allá. Leímos algún testimonio por allá o por aquí. Pero incluso aquellos que, como yo, fuimos violentados en Cuba por ejercer el periodismo independiente, no podemos concebir del todo el cubanicidio del Estado totalitario en contra del pueblo y la nación cubanas. Apenas si lo intuimos por escrito, mientras que nuestro prójimo debió experimentarlo en cuerpo y cadáver propio.

Por supuesto, la revolución cubana fue un crimen cometido a la cara del mundo. Pero, como corresponde cuando de izquierdas y socialismos se trata, el mundo estaba demasiado ocupado en criticar al imperialismo yanqui. Muchas veces, desde dentro del imperialismo yanqui, desde sus mansiones y prensa y universidades. Y también desde el corazón del Congreso del Tío Sam. Con Cuba no te metas. La mala será siempre la democracia representativa. La buena era la democracia popular, tan directa como una bala en el directo apuntando a tu sien.

Más de una generación de cubanos, como la mía, que fuimos niños felices en pleno fascismo de la fidelidad en la Isla, todavía no nos damos cuenta de nada. Lo sabemos todo, pero estamos como en negación. Acusamos al régimen revolucionario, sí, pero como si fueran unos ancianitos malvados, que se merecen unos buenos memes en internet, no como lo que han sido, son y serán los Castros y sus cómplices: los enterradores de una sociedad desarrollada que ya jamás podremos recuperar. La caída de Cuba es incurable. La Revolución más verde que las palmas resultó desde el día uno una traición internacional de lesa cubanidad.

A estas alturas de la historia, para una hipotética reconciliación entre cubanos, que no ocurrirá en Cuba sino en la diáspora, tendremos que contárselo todo a nuestros hijos y nietos. Con lujo luctuoso de detalles. Arrodillados de vergüenza, y gritando de ganas de hacer una guerra a muerte, que de todas formas ya se perdió hace décadas. Para ver si al menos así, bañados pero no dañados por nuestras lágrimas de desaparecidos, los cubanitos y las cubanitas del futuro no vivirán biografías tan fósiles como las nuestras. Como la mía. Para ver si por fin la sed solar de justicia, y no la venganza vil de una revancha, los hace a ellos y ellas mejores seres humanos. Es decir, los hace plantarse en el futuro de cara al pasado: plantados del porvenir, iluminados por la moral plantada del ayer. No por gusto la etimología de religión es esa, religar las almas que no alcanzaron a ser contemporáneas, hacerlas una, pero únicas, ante el Bien.

De esto trata en secreto la película Plantados de Lilo Vilaplana, más allá de las anécdotas del martirologio, que son miles y mil veces conmovedoras en esta obra magna del exilio cubano. Plantados resucita de cara a la posteridad a los hombres y mujeres que, como un faro sin falla en contra de nuestro horror histórico, son el reservorio humanista del alma cubana que vendrá. La semilla de significado en un nuevo siglo que avanza a ciegas y sin sentido, dejándonos atrás junto a las estadísticas de lo atroz.

Ayer la vi. Plantados corriendo en mi estudio de alquiler. Un archivo de pago que el Festival de Cine de Miami me autorizó a ejecutar en mi antigua laptop mercenaria de La Habana, un modelo obsoleto de la tecnología, pero no de la nostalgia por una vida en la verdad y la esperanza.

Con Plantados, fui niño de nuevo ante la barbarie que estaba ocurriendo impunemente a escasos kilómetros de mi casa de los años 70, en Lawton. Y sé que nadie quedará al margen con esta ficción testimonial, que revela el precio de la justicia social en nuestro hemisferio: un precio impagable que implicó la erradicación del individuo y la entronización de la masa.

Los expertos de la izquierda intelectual del Primer Mundo dirán enseguida que es otro panfleto de traumatizados y resentidos. Y, una vez más, harán de nuestra tragedia terminal una tontería de privilegiados ingratos, si se compara con los tiros de la policía norteamericana en las calles de la confederación. Pero nosotros, los sobremurientes, los ignorantes iluminados por esta épica de plantes que reconocemos aun cuando nunca la conocimos en Cuba, temblaremos de pasión por los que gimieron sin quejarse en las cárceles del paraíso proletario. Titanes de una ética a prueba de tiranos y tiranías. Y entonces, al pie del cementerio rebosante de patria y vida, juraremos lavar con nuestra memoria el crimen.

No habrá olvido, no habrá olvido, no habrá olvido. Que nadie lo olvide.

WP Radio
WP Radio
OFFLINE LIVE