Rostros locales: Henry Agüero “en mis venas corre el amor y el sentimiento por Cuba”

Exaltando, reconociendo, y aplaudiendo las buenas obras y a los líderes de nuestra comunidad

Me contaba mi padre que hay historias que no se encuentran en los libros, historias que merecen ser contadas por sus protagonistas. Un verdadero honor sin dudas, interactuar con uno de ellos: Henry Agüero Garcés.

“Mi padre era cubano y mi madre era puertorriqueña, vivían en el poblado de Antilla, al norte del oriente cubano. Se conocieron en los años 30, en Nueva York. Allí nací yo en Spanish Harlem. Con 18 años me alisté en la Marina de Guerra de los Estados Unidos.”

¿Creció usted con un profundo sentimiento hacia Cuba?

“Cuando me hablaban de Cuba para mí era maravilloso. Eran personas que llevaban ese orgullo de ser cubanos, de haber vivido allí, de sentirse parte de esa tierra. Ellos nos inculcaron ese amor a mis hermanos y a mí, y creo que desde la cuna ha formado parte de mis ideales y mis principios.  Yo no sé por qué, pero llevaba en mis genes ese sentir, no sé si era por los cuentos que me hacía mi abuela. Cuba siempre me emocionó.”

Según cuenta, Henry, en 1959 la propaganda de los medios amarillistas y los antecedentes de lo que había vivido el pueblo cubano habían convertido en una especie de “Robin Hood” a Fidel Castro. Sin embargo, sólo sería la antesala para una parte de la historia que después mostraría al mundo la verdadera realidad de un régimen.

“El buque mío fue uno de los últimos que entró a La Habana antes de la caída de Batista. A los pocos meses comenzamos a sentir el dolor. Cuando estábamos en la Base Naval de Guantánamo, yo recuerdo que los cubanos que trabajaban en la Base no querían regresar a sus casas.”

Pero, trasladémonos a la madrugada del 17 de abril de 1961, costas cubanas, cinco destructores fragata y un portaviones. El barco USS Conway DD-DDE 507, un destructor de la clase Fletcher, de la Armada de los Estados Unidos navega al sur de la Isla. Los tripulantes a bordo aun no conocen su misión, uno de los marineros, el joven cubanoamericano Henry Agüero operaba el radar.

“Pensábamos que íbamos para Guantánamo. No sabíamos a quienes escoltábamos. Sin embargo, la magnitud del momento que íbamos a vivir podría haber cambiado el rumbo de la historia”.

La invasión de bahía de Cochinos, también conocida como invasión de playa Girón fue una operación militar en la que tropas de cubanos exiliados, apoyados por Estados Unidos invadieron Cuba en abril de 1961, para intentar crear una cabeza de playa, formar un gobierno provisional.

“Fueron verdaderos héroes, lucharon contra los comunistas y sus aliados. ¿Fue difícil? Si, lo fue porque creo que no tuvieron las condiciones necesarias para hacer frente al armamento contrario. La acción acabó en fracaso en más de 60 horas y nos ordenaron retirarnos. Muchos quedaron atrás, pero rescatamos a algunos, aún recuerdo sus nombres. Para mí fue una experiencia difícil que nos ordenaran dejar la Bahía atrás.”

Si embargo esta experiencia sirvió para forjar al joven y decidió el destino que tomaría: luchar por liberar a Cuba.

“Todo lo que hice y todo lo que pasé, puedo afirmarte que sin lugar a duda lo haría de nuevo. Hicimos temblar a la dictadura castrista sin ayuda de nadie con nuestros propios medios. Desde la lucha en el Escambray, la quema de cañaverales, hasta cada una de las acciones llevadas a cabo por nosotros el Movimiento Nacionalista Cristiano y el Movimiento Nacional Cubano.  La mejor arma que teníamos era esa convicción que estábamos en el camino correcto. Tuve que pasar por muchas pruebas. Pase varios años preso por mis actividades en la peor cárcel de México. Toda acción por la libertad de Cuba jamás ha sido en vano.”

Henry Agüero Garcés, no nació en Cuba. Su testimonio es un verdadero ejemplo para las nuevas generaciones, desconocedoras de las proezas y sacrificios realizados por los que han combatido un régimen. A sus 80 años aún mantiene la convicción de que ese sentimiento sigue ahí, esa emoción, como él mismo recuerda, de haber entregado su vida a luchar por su libertad.

Por Yany Díaz, El Kentubano (Edición 122, septiembre 2019)

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