Lo público vs. lo privado

En gran medida la visión favorable de lo público viene vinculada a la idea de gratuidad. Todo el mundo asocia lo público con lo gratuito, lo que obviamente ayuda a crear esa favorable aura. Porque a todos nos gusta lo que es gratis, lo que no nos cuesta, lo que no tenemos que pagar. ¿A quién no le gusta que le regalen algo? Lo gratuito gusta. Además, no solemos ser demasiado exigentes con lo que es gratis. Ya lo dice el refrán: «A caballo regalado, no se le mira el diente».

Pero lo cierto es que lo público no es gratis, nada público sale gratis. Todos los servicios públicos tienen un costo que acabamos pagando vía impuestos o vía deuda. Por el contrario, a lo que no es público, a lo privado, enseguida le asociamos la idea de costo económico. Porque todo lo privado tiene un precio. Y, sin embargo, dicha afirmación es errónea.

Hay muchísimas cosas, muchísimos servicios que las empresas privadas nos ofrecen gratuitamente. Esto es muy frecuente en el campo de las nuevas tecnologías, donde las empresas nos ofrecen servicios gratuitos en comunicación (Whatsapp, Telegram, Skype, etc.), redes sociales (Twitter, Facebook, Instagram, Youtube), almacenamiento de datos (nubes), música (Spotify), etc. Pero ello también sucede en campos más tradicionales, como por ejemplo en el de los centros comerciales, donde empresas privadas nos permiten estacionar el auto y entrar gratuitamente, sin pagar entrada. O en el de la radio y la televisión, que mayoritariamente emiten en abierto, es decir, en gratuito.

Y sin embargo todo lo que es público, todo, nos cuesta dinero. Nada de lo público es gratis, todo lo pagamos. Desde la educación, la atención médica o incluso el disfrute de los jardines, el paseo por las calles, la visita a un museo o hacer una ruta por un parque nacional. Absolutamente todo lo público nos supone un costo, no hay nada público que sea gratis.

En resumen, los servicios privados pueden ser gratuitos o no (depende del caso), mientras que los servicios públicos nunca lo son.

Y si, como hemos visto, la cuestión de la gratuidad no es la clave de la distinción entre lo público y lo privado, entonces ¿qué es lo que realmente los diferencia? Pues bien, lo que distingue a un bien o servicio público de uno privado es la obligatoriedad. Mientras que el uso o consumo de un bien privado es voluntario (yo decido si quiero contratarlo o comprarlo o no), los servicios públicos son obligatorios, los pago aun cuando no los use, aunque no los quiera. No tengo la opción de no pagarlos o desvincularme de los mismos. Aunque no me guste la televisión pública y nunca vea esos canales, no me queda más remedio que pagarla. Si no me gusta la educación pública y prefiero la privada, ello no me exonera de sufragar los costos de la educación gubernamental. Si no me gusta el servicio que me presta la sanidad pública y contrato un seguro de salud privado, aun así, tendré que seguir pagando por una sanidad pública deficiente y que no uso. Si nunca tomo el tren, da igual, porque estaré asumiendo sus costos.

Muchas personas se quejan de lo difícil que a veces resulta darse de baja de una compañía telefónica, pero nadie dice que darse de baja de un servicio público no es sólo difícil, es imposible. Va siendo hora de que los políticos nos devuelvan parte de nuestra libertad y nos permiten descolgarnos de los servicios públicos que no nos interesan, no es pedir demasiado.

Y recuerden, cuando alguien está defendiendo lo público, en realidad lo que está defendiendo es obligar a usted a pagar por algo que a lo mejor no quiere, porque lo que diferencia a lo público de lo privado no es la gratuidad, sino el carácter obligatorio de lo público y la voluntariedad de lo privado.

Fuente: libertad.org

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